Venía caminando por esa calle de París y de pronto, sentí que la vista era digna de una foto. El adoquinado, las baldosas de la vereda, las sillas y las mesas en la puerta del café, los balcones franceses y el edificio al fondo con cúpula, que no recuerdo si era una iglesia o qué.
Me frené de golpe para sacar la foto y en ese preciso instante me convertí en el típico turista idiota, puesto que no me di cuenta que atrás mío venía un parisino a toda prisa. Un hombre de más de 40 años, con bolso y abrigo largo.
Me llevó puesto sin decirme nada. Quizás insultándome por adentro. Siguió su camino derecho y a los pocos pasos que hizo, descubrí que era el ingrediente que faltaba para la foto que estaba por sacar.
Así fue que lo inmortalicé para siempre junto a los postes medio torcidos de la esquina, testigos de ese choque.
Una mañana fresca de día de semana en una calle de París.