Estaba junto a mi esposa disfrutando de un malbec mendocino en la terraza de mi restaurante favorito de La Haya. Este restaurante griego sirve un exquisito plato de gyros que voy a extrañar mucho cuando me vaya.
La comida todavía no llegaba pero con el vino y el paisaje nocturno de La Haya me bastaba. En esa ubicación dobla el tranvía, que pasa cada 15 minutos y da un espectáculo ineludible para cualquier visitante o amante de los trenes.
En el restaurante te ponen las mesas hacia afuera para que te puedas deleitar con la vista urbana y para que en primavera y verano, cuando hay sol, puedas absorber toda la energía posible.
Pero era de noche y hacía frío. En la terraza estábamos cómodos, al calor de las estufitas que te ponen por todos los ángulos.
Mientras conversaba con mi esposa e inconscientemente esperábamos que pasara el próximo tranvía, pude ver que una columna de unas treinta personas aparecía y se desplazaba de izquierda a derecha, haciendo el mismo camino que el tranvía.
Venían todos abrigados porque hacía frío. Llevaban pancartas y claramente se estaban manifestando. Al frente del grupo había una mujer con un megáfono.
Me pareció un incidente curioso. Nunca había visto una protesta de cerca en Europa. Era sin dudas algo interesante para presenciar y la experiencia se volvió más inmersiva cuando la líder de la protesta se detuvo en el restaurante griego y comenzó a hablarle a los comensales vía megáfono.
Por supuesto que mi mujer y yo no entendimos nada de lo que dijo. Hablaba en neerlandés y a eso se le sumaba la distorsión del megáfono.
Sin embargo, la protesta era clara. Estaban en contra del pase sanitario. Es decir, del código QR que se obtiene en Holanda al recibir el esquema de vacunación completo contra el covid-19.
Hay dos posibilidades respecto a lo que la manifestante decía. La primera es que estaba intentando convencer a los comensales sobre su causa. La segunda, es que los estaba tratando de cómplices.
Al momento de escribir este artículo, el código QR se exige al ingresar a cualquier restaurante. Pero en el momento de la protesta, solamente a la gente que tuviera mesa en el interior del establecimiento.
Por lo tanto, los destinatarios del mensaje de protesta deberían haber sido los comensales que estaban dentro del local y no el resto de nosotros, que estábamos afuera. Pero bueno, detalles de las restricciones que cambian todo el tiempo.
Detrás mío y al fondo, en sillas altas, había una pareja cenando, sentados ambos del mismo lado de la mesa. La mujer, un poco divertida, se animó a replicarle algo a la manifestante. Eso provocó risas entre los comensales. No sé qué le dijo. Yo imagino que fue un «Vacunate y dejate de hinchar las pelotas».
La mayoría de la gente miró de reojo a la manifestante pero siguió en la suya. Uno o dos minutos después, la mujer se marchó y con ella, toda la gente que la seguía. Detrás, pasó un patrullero que los venía vigilando de cerca por si algo se desmadraba.
Enseguida llegó la comida. Esos gyros se veían deliciosos, como siempre. Olvidamos el pintoresco incidente y seguimos disfrutando la velada.