Cada vez que llego a Amsterdam repito «Tengo que venir más seguido». La capital de Holanda queda a una hora en tren de La Haya, ciudad en la que estoy viviendo. Sin embargo, por un motivo o por otro, las visitas a la ciudad de las XXX se hace esporádica.
¡Y eso que Amsterdam me encanta!
El mapa de la ciudad se presenta como un semicírculo con canales separadores y en el centro se encuentra la estación Amsterdam Centraal.
La misma salida desde la estación central es todo un espectáculo de gente rara. Se escuchan todos los idiomas y a veces, incluso, algo de neerlandés. Qué raro, ¿no? En realidad no. Amsterdam es una de las ciudades más cosmopolitas que he visitado y no es extraño oír a la gente que sale de la estación hablar en cualquier idioma, menos en el nativo del país.
Basta con asomar la naríz afuera de la estación y enseguida llega el aroma de la marihuana. Sí, es casi instantáneo. Como si los extranjeros no pudieran aguantarse y apenas al salir de la estación tienen que prenderse uno para festejar el arribo.
El paisaje cyberpunk
La primera vez que llegué a Amsterdam fue de noche y apenas al caminar algunas cuadras pasé junto a una de esas vidrieras luminosas donde hay chicas ofreciendo sexo. El Barrio Rojo, Zona Roja o Red Light District está tan integrado con el centro de la ciudad que uno ni se da cuenta.
El neón, que no es neón a esta altura, y calculo que debe ser LED, enmarca a las trabajadoras sexuales, que lucen lencería, sentadas en banquetas altas y guiñando el ojo al que pasa y provocando algún que otro tropiezo. Esas vidrieras tienen puertas y al abrirlas, dicen, se puede entrar a un mundo de placer. Por una módica suma, por supuesto.
De noche, el Barrio Rojo de Amsterdam se llena de gente. La mayoría, curiosos, que van a ver algo que no existe en sus países.
Otros, como yo, que van a apreciar el espectáculo cyberpunk, de luces alucinantes sobre el negro de la noche. Los colores y las luces son un show en sí mismo. El blanco radiactivo de la lencería de las chicas brilla en la oscuridad. También lo hace su maquillaje, convirtiendo cada vidriera en un fotograma de Blade Runner.
Hay hombres y hay mujeres por igual. Todos miran y muy pocos consumen. Cada tanto se ve que alguna puertita se abre y alguien entra o amaga con hacerlo, para divertir a su grupo de amigos.
Entre las vidrieras sexuales, se intercalan pequeños teatros con shows eróticos en vivo. Pósters explícitos anuncian lo que el consumidor va a encontrar dentro.
El Barrio Rojo de día
Pero además de sexo, en el Barrio Rojo hay negocios de comidas y también casas de familia. Esto se puede apreciar mejor al caminarlo de día.
Y aquí estoy ahora justamente.
Camino en la mañana, las calles del Barrio Rojo. Llueve bastante y está fresco. Las calles son un asco. Horas antes estuvieron atestadas de gente. Ahora presentan solamente las sobras. Botellas, latas, restos de comida, vasos a medio tomar y todo tipo de basura. Todo eso envuelto en una atmósfera de hediondo olor a orina, como en las peores estaciones de tren del mundo.
No veo roedores, pero deben andar por ahí, a la espera para llevarse alguna sobra.
Sin embargo, esto no dura mucho. Más pronto que tarde aparecen los camiones de basura e higienización a levantar la basura y a manguerear las calles. Los operarios se mueven rápido. Ya conocen la rutina y saben dónde se acumula la mugre.
Llego hasta el nuevo puente 3d, inaugurado por la mismísima reina. Este lugar conecta las márgenes del canal de la calle principal del Barrio Rojo. No tiene nada que ver con el ambiente que lo rodea. Parece extraterrestre.
Hay poca gente merodeando la zona. La lluvia no afloja y las camperas impermeables son el único refugio válido. Lo primero que hay que hacer al llegar a los Países Bajos es comprarse una de estas camperas o un piloto. Eso sí, siempre con capucha. La lluvia o llovizna no avisa y es traicionera. Puede aparecer en cualquier momento.
Es difícil caminar por el Barrio Rojo y comprender que allí también viven familias. ¿Vivirán muchas? ¿O será más bien un lugar de alojamiento para personas solas?
Comienzo el regreso al hotel y me cruzo con algunas vidrieras activas. La mayoría de las trabajadoras terminaron la jornada, pero queda un remanente para los que necesitan servicio entrada la mañana.
Las calles siguen sucias aún en algunos lugares.
Paso por uno, dos, tres y hasta cuatro restaurantes argentinos. ¿Qué hay adentro? Carne asada combinada con un clima ibérico o caribeño. Un mix ficticio sobre nuestras costumbres. Una fantasía europea que parece funcionar comercialmente.
Me alejo del Barrio Rojo y llego finalmente al hotel. Hay que guardar todo en la habitación y hacer el checkout. Se terminó un fin de semana de lluvia que afectó la movilidad por la ciudad de los canales y me dejó sin hacer algunas cosas que quería.
Pero voy a volver a Amsterdam. Sí, tengo que volver. Tengo que visitarla más seguido.